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Un fantasma recorre el norte de África: el fantasma de los pueblos insurrectos, recobrando sudignidad con gran coraje. No son dados lanzados al azar, sino la respuesta a las tropelías y abusos que durante años practicaron gobiernos indecorosos en esta región del planeta. Este despertar sonoro de la conciencia y la moral cívica, se incubó en el alma de los ciudadanos africanos ante el atropello despótico, y ahora como nunca reclaman la anhelada libertad y la ansiada justicia.

El efecto dominó ha puesto a temblar a regímenes verdaderamente retardatarios y violatorios de los más esenciales derechos humanos. Gobiernos que hasta ayer pretendieron eternizarse en el poder, condenando a la miseria a grandes mayorías de manera injusta. En Túnez, por ejemplo, el régimen de Zine El Abidine Ben Alí contaba ya con 24 años en el poder, tras 3 elecciones fraudulentas y el golpe de estado de 1987, con el que asumía la presidencia de ese país por primera vez. En Egipto, Hosni Mubarak, es presidente de esta república árabe desde hace 30 años; siendo su quinta reelección el 28 de noviembre de 2010 para un mandato de 6 años. Por su parte, Ali Abdullah Saleh, es presidente de Yemen, la nación más pobre del mundo árabe, desde 1978. Marruecos, Argelia, Jordania y Mauritania, no escapan a este cuadro: dinastías, reyezuelos, militares golpistas y déspotas, ocupan el poder. Es consecuencia lógica suponer que la ola tunecina también de alcance al resto de los autócratas de la región.

Basta con ver los niveles de pobreza en estos países, para entender el desespero de los miles de jóvenes hartos de estos regímenes autoritarios y corruptos; con altas cifras de desempleados y sin oportunidades económicas de ningún tipo. Este miserable cuadro explica el acto de rabia contenida del joven universitario Mohamed Bouazizi, quien ante una humillación de parte de las fuerzas del orden, le fue confiscado, por no tener la licencia correspondiente, las frutas y verduras con las que se ganaba la vida como vendedor ambulante, y decidió entonces, prenderse fuego en público como forma de protesta, frente a un edificio oficial en la localidad de Sidi Boouzid de Túnez.

Tres semanas después del 17 de diciembre de 2010, fecha en la que se inmoló el joven Mohamed Bouazizi, fallecía producto de las quemaduras en un hospital en las afueras de Túnez.

Su ejemplo sirvió para decirle al mundo que jóvenes como él, sin futuro y sin esperanza, están muertos en vida. Un gobierno incapaz de ofrecer empleo y oportunidades asesina la alegría de vivir, entristece el corazón de las nuevas generaciones y no puede jamás justificar su presencia al frente de país alguno. Su heroico ejemplo ha sido la llama que ha iniciado las protestas en reclamo por mayores derechos y libertades. Llama que esperamos no decline hasta no lograr los verdaderos cambios que requieren las sociedades modernas.

Ante este hecho, la hipocresía del mundo no se ha hecho esperar: Estados Unidos ha vacilado en dar un apoyo claro y firme a la protesta. La timidez de sus declaraciones, devela que la primera potencia mundial no tiene principios, sino sólo intereses en su política exterior. Por otra parte, ni el presidente de Venezuela ni su ministro de relaciones exteriores se ha pronunciado para respaldar la justa batalla que llevan a cabo los pueblos contra los oprobiosos gobiernos; tampoco se ha escuchado una declaración contundente a favor de las protestas por parte de la oposición venezolana. Triste silencio para quienes deben tener una visión y una postura en el mundo.

En estas latitudes, hay revoluciones que llevan 12 y 52 años en el poder con cuadros sociales también desoladores. Ejemplos de dignidad no han faltado: Orlando Zapata y Franklin Brito, entre muchos otros. ¿Qué más falta para que la llama tunecina incendie nuestros corazones?

Franklin Piccone Sanabria.

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