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El cierre de RCTV, perpetrado en dos capítulos de forma perversa, ha traído consigo severas consecuencias al remolque en la vida cotidiana de todos los venezolanos

Cuatro años han pasado desde que el gobierno hizo efectivo el anunciado cierre de Radio Caracas Televisión. Decisión tomada por el propio presidente Hugo Chávez que muchos venezolanos no creyeron que se iba a materializar.



Un atropello llevado a cabo bajo el risible artificio del "fin de la concesión", que dio lugar a ese irremediable esperpento que la ha sustituido, llamado Tves, proyecto audiovisual sin dolientes de ninguna naturaleza, punta de lanza del pomposo "sistema nacional de medios públicos" técnicamente inexistente en materia de sintonía, aun con el poderío detentado y el dinero invertido.

Punto de partida del mentado proceso de "profundización de la revolución" enunciado desde entonces, a partir del cual Chávez y sus seguidores han venido vulnerando su compromiso con el electorado respecto a la observancia de los principios de la Constitución y la democracia.

Esos que tantas veces, con José Vicente Rangel como garante, había prometido respetar. Un "streaptease", por cierto, que han tenido que detener y recomenzar varias veces: la secuencia no les sale bien porque el pueblo venezolano no termina de comprenderla. Desde entonces han comenzado a menudear las derrotas oficialistas en las consultas electorales.

El cierre de Radio Caracas Televisión, perpetrado en dos capítulos de forma perversa, ha traído consigo severas consecuencias al remolque en la vida cotidiana de todos los venezolanos.

Algunas son fácilmente palpables; otras, en cambio, subyacen en el fondo de las conciencias de todos como síntomas inequívocos de lo que nos puede terminar de sobrevenir si no detenemos de una vez este disparate histórico.

La consecuencia directa es el empobrecimiento general de la oferta televisiva en el país. Como ha sucedido con casi todo lo que emprende, el gobierno ha sacado de circulación a un canal que, con todos sus defectos, era un símbolo de la cultura de masas venezolana, y no da con una fórmula sustitutiva estable para llenar el hueco.

El zapping sobre la oferta de canales nacionales de este momento, con excepciones menores, y excepción hecha en los formatos informativos y deportivos, es lastimoso.

La producción nacional está casi extinta, y buena parte de la que existe es casi todo un horror perpetrado por aficionados ­en rigor, radio por televisión­.

Seriados colombianos, loterías y quinos, estudios dibujados. Esto último a pesar del refrescante intento adelantado por Televen con el regreso de Eladio Lárez y Emilio Lovera y con las novelas que sigue colocando Venevisión.

La segunda es bastante más delicada. El cierre de RCTV ha sido la punta de lanza de un silencioso y siniestro proceso adelantado por este gobierno para domeñar la voluntad de la sociedad civil y la opinión pública a través del uso indiscriminado ­y jamás visto­ de la coacción sibilina, el chantaje, el cerco pseudolegal y la censura.



Hubo en el pasado, por supuesto, ejercicios de censura, como en los gobiernos de Lusinchi y Leoni, pero jamás las cosas han tocado, en este momento, un extremo inconcebible.

Pongamos lo anteriormente afirmado en contexto. Hasta 2006, mientras la desordenada oposición política de entonces no se cansaba de denunciar la matriz totalitaria del actual gobierno, Hugo Chávez llevaba adelante una tenaz lucha para colonizar los mandos del poder político y el Estado venezolano.

El objetivo era el control del poder; el problema de Chávez eran las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial y Pdvsa. Nada que no se hubiera hecho antes.

Lo esencial de la vida cotidiana de entonces, sin embargo, permanecía intacto: las estaciones de radio y sus focos críticos; el empresariado y las cadenas comerciales; los sindicatos y los colegios profesionales; los canales de televisión y sus espacios de entretenimiento. Esta sociedad tenía una autonomía de criterios a la que se ha ido acostumbrando con el paso de las décadas.

Todos los días se hablaba de una dictadura, pero ahí estaban los espacios de opinión y las telenovelas, la publicidad, los eventos y las promociones, los programas de concursos y las entrevistas en la calle.

El cierre de RCTV dio inicio a un escenario hasta entonces inesperado en la población. El gobierno se quitó la careta y le cantó un "quieto" a toda la ciudadanía: expropiaciones de todo calibre; presiones tributarias; llamadas telefónicas con advertencias.

Cierres masivos de negocios, por uno o varios días, usando cualquier excusa. Un control cambiario que asfixia cualquier transacción económica.

Amenazas públicas y directas, con nombre y apellido, perpetradas desde el poder, por la televisión y frente a todo el país. Agroisleña, Éxito, Friosa, CNB, Cada, Sidetur, Venoco. Las casas de bolsa.

En el radar entraron otros medios de comunicación, la banca y la Polar. Todo el mundo comenzó a sentir que tenía un número en la espalda y que era cosa de esperar un llamado.

Un intento por apropiarse del control de la sociedad venezolana, de sus valores cotidianos de intercambio y de sus preferencias a través de una intimidación subrepticia.

El proceso descrito tiene expresiones muy concretas, algunas de ellas aparentemente banales, pero de una gravedad extrema. En Venezuela, por ejemplo, se acabó el humor político en los medios masivos.

Las amables parodias sobre el acontecer nacional que alguna vez ejecutaron humoristas como El Bólido, Honorio Torrealba o Cayito Aponte, una de las tradiciones más arraigadas de la cultura popular nacional.

Está prohibido hacer lo que antes era normal: recrear en historias hilarantes nuestras vidas para desahogar el descontento. La escasez de aceite, lo caro que es hacer un mercado, el valor de la moneda, las historias del hampa.

Los diputados, la policía, los buhoneros. La gente que protesta. La inconformidad antes era aceptada. En este momento es subversiva.

La relación permisiva y cordial que cultivaron los líderes de la democracia puntofijista con la población alcazaba su punto cumbre en historias que se hicieron célebres en las masas.

La Radio Rochela y Joselo: el adeco y el copeyano; los mendigos y el barbero; Malula y los tabarato; las parodias a Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera o Luis Piñerúa.

Simón Díaz jugándose con Miraflores en sus gaitas decembrinas. Ese contrapunto en el cual el venezolano encontraba parte fundamental de su esencia; eje de una conquista social de una enormidad que no tiene precio, alcanzada, como siempre decía Manuel Caballero, en las jornadas de febrero de 1936.

El día en el cual la población, con Jóvito Villalba a la cabeza, le pidió a López Contreras la democracia en la calle y el pueblo le perdió para siem pre el miedo al poder político.

Canales como Tves, o como Venezolana de Televisión, no tienen otro tema de conversación que no sea el presidente Chávez y el proceso político que vivimos.

Por eso es que nadie los ve: ahí no hay variedad, ni humor, ni irreverencia, ni creatividad. Es televisión pidiendo permiso.

La popularidad del Presidente descansa sobre un artificio en el cual se usan muchos recursos y se hace un gran esfuerzo por no llamar las cosas por su nombre.

Ahí reside el fracaso por imponerle al país su proyecto político. No se atreven a decirnos lo que de verdad quisieran hacer.

El Nacional, Globovisión, TalCual, El Universal, El Nuevo País, un apreciable número de activistas, humoristas, intelectuales, periodistas y escritores no han cedido un solo milímetro en sus posturas, equivocadas o no, frente a lo que nos sucede. Son los herederos del legado de RCTV. La reserva moral de este momento ante el corrosivo germen de la censura.

La genuina expresión de una sociedad que está más viva que nunca. Porque ese es el detalle: aquí estamos y aquí seguimos. Avanzando una elección tras otra y a punto de voltear definitivamente esa cuesta que lucía imposible cinco breves años atrás. Aquí está este país y no hay operación política ni toneladas de dinero que puedan con él. En el 2012 terminaremos de comprobarlo.


Por: Alonso Moleiro

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