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Esta mañana recordé mi visita a la selva lluviosa...

Íbamos en un grupo relativamente pequeño: dos guías, un fotógrafo trilingüe, dos rubios turistas, un hippie mochilero y yo. Hacía dos días y medio que recorríamos la selva lluviosa, uno de mis sueños de toda la vida, cuando un evento me cambió la vida.

Como era de esperarse, todo ese mundo era nuevo para nosotros, turistas de ciudad, que portábamos en el rostro una expresión de fascinación y en las manos nuestras camaritas digitales. En un momento fui presa de una curiosidad inusitada y me acerqué a un árbol robusto y alto, en cuyas ramas yacía un peculiar animalito vistoso. Era una de esas ranas brillantes, coloridas y estridentes, definitivamente el ser más llamativo que había visto en mi vida.

Habría de olvidar el consejo de nuestros guías de nunca, por atraídos que estuviéramos, interferir con el entorno o jugar con lo desconocido. Divorciado completamente de mis facultades racionales, me acerqué cegado, como un zombie, a apreciar la ranita, acariciarla, conocerla... Y luego todo fue historia.

Desperté en una opaca clínica de la aldea más cercana al lugar del incidente. Todos mis compañeros de viaje y el fotógrafo multilingüe platicaban de mi desgracia y confesaban su temor y su sorpresa, a la vez que suspiraban consolados, puesto que semejante tragedia le pudo haber sucedido a cualquiera.

Al acercarse el doctor, me explicó que los sudores fríos, la fiebre incontrolable y el adormecimiento de mis extremidades eran síntomas del envenenamiento, y que era muy común en la región ser presa de estas vistosas ranitas que, aunque atractivas, son extremadamente perjudiciales.

¡Y tan bonitas que se ven!, le dije yo, resignado entre risas.

Esta mañana habría de recordar dicho episodio. Mientras leía el periódico, me sorprendió ver a millones de personas empobrecidas, muchísimos ciudadanos honrados sin un empleo digno, niños sin educación y masas torpes y ciegas, adorando líderes mediáticos y populares que se enriquecen con base en discursos emotivos.

Página a página del periódico, me topé con una nueva generación de politiqueros, bien vestidos, carismáticos y elegantes, más preocupados por los resultados de las encuestas que por el bienestar de sus naciones. Me topé con promesas rotas y esperanzas pisoteadas. Conocí de frente a los rock stars de la política.

Esta mañana, mientras leía el periódico, sentí tristeza por millones de arrepentidos por haber caído en la trampa del populismo, de las canastas solidarias, de los eternos cheques de desempleo, de los jueces permisivos y mercadeables, de las leyes garantistas, de la "justicia e igualdad social".

Sentí pena por esos miles de seres humanos que


deciden delegar su futuro a estos líderes, olvidando que la labor primordial del ser humano es la construcción y satisfacción del individuo para poder brindarle un mejor futuro a su familia y a su sociedad. Sentí pena por los que siguen –o seguimos- comprando el discurso de estos atractivos pero incapaces líderes.

Al cerrar el periódico, por fin comprendí que las medidas populistas son como las ranitas venenosas. Coloridas y atractivas, pero perniciosas al fin. Adormecen a la prensa, le dan fiebre y sudores fríos a los líderes de oposición. Bonitas, llamativas, pero peligrosísimas o incluso mortales.


¡Y tan bonitas que se ven!

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