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Sin que él siquiera lo sospeche, El Tiranito sirve – de manera dolorosa y desagradable muchas de las veces - para que la sociedad entera tome conciencia de su propia debilidad.

Si le dijeran eso al Tiranito lo desmentiría de inmediato, porque entre sus propósitos no se encuentra en modo alguno el de servir, aunque lo proclame todo el tiempo. El está para ser servido y obedecido, halagado y aplaudido. Por su nobleza, por su grandeza y por un montón de otras cosas grandes e importantes…su sueño, su delirio, es figurar en la Historia (con mayúscula) junto a los grandes de todos los tiempos. Poco importa si se trata de gigantes de crueldad o de ignominia, lo importante para él es que sean notorios, famosos, célebres. El Tiranito busca que lo tomen en cuenta y no le importa cómo, ni cuando, ni por qué.

Antes se la pasaba citando a los próceres, porque al citarlos y mencionarlos sentía que salía con ellos en la foto. Ahora ha encontrado otra manera de llamar la atención.

Dirige su dedo hacia cualquier cosa que considera importante o notoria y exclama:

“¡Exprópiese!”.

Eso produce un resultado mágico, como si su dedo fuera una varita de prestidigitador: unos aplauden y otros gritan y profieren insultos y alaridos; así el Tiranito cumple con su objetivo de mantenerse en el centro de las miradas.



Y, como decía, esto es algo que puede – como casi todo- servir de lección a la sociedad. Para entenderlo hay, sin embargo, que alejarse del bullicio del circo y tomar asiento sosegado en un lugar tranquilo. Hay que meditar, reflexionar.

Si uno reflexiona un poco, se da cuenta de que todos los tiranos muestran y re-presentan al entrar en escena aquello que el público más anhela , para ir, poco a poco, transformándose hasta llegar a mostrar y representar aquello que más se odia y se teme. ¿Cómo puede ocurrir esto? 

Primero que todo, por creérselo. Una ilusión sólo funciona si aceptamos tomarla por realidad. Cuando vamos al cine o al teatro y lloramos con los infortunios del protagonista, es porque hemos cedido a la tentación de creer que se trata de una realidad y no de una ficción cuidadosamente ensamblada para hacerla verosímil. Nos gusta dejarnos llevar por la historia y sentir que lo que allí está ocurriendo nos ocurre a nosotros. Vivimos las aventuras del héroe como si fueran nuestras, para sentirnos héroes también por un rato. 

Lo bueno es que la película termina y nos vamos a casa.

Lo malo, cuando se trata de política, es que la película continúa y que el sueño se convierte en pesadilla de carne y hueso.
Todo por creer. Por dar crédito, que es lo mismo. Porque el que da crédito da poder. Y el poder que se entrega a un hombre para que con él realice nuestros sueños es un poder nocivo y envenenado, porque nuestros sueños son nuestros y de nadie más. 

Y porque realizar sus sueños es el deber de cada quien y nadie puede cumplirlo por él.

Endosar esa tarea y entregársela a otro es expropiar, enajenar, lo más humano y verdadero que tenemos. 

Los pueblos que escurren el bulto de su responsabilidad de crecer y de realizar sus anhelos terminan siempre entregando su destino en manos de quienes, tarde o temprano, utilizan el poder para esclavizar a los mismos que se lo han concedido.

Esa es la debilidad que la sociedad debe ver en si misma y corregir. Porque ninguna sociedad entrega el más preciado de sus bienes, la libertad, si no es por negligencia, cobardía, indolencia o pereza.

Y esta es la más profunda, escondida y peligrosa expropiación.

oooooo
De nuestro corresponsal internacional

Traducido por
Pablo Brito Altamira

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