¿Quién no recuerda la leyenda de Cronos, expresión titánica de la ambición del poder, devorando uno a uno sus hijos, para impedir su derrocamiento de acuerdo a la predicción de aquel oráculo del que nos habla la mitología? Venezuela se aproxima a un cambio inexorable. Los instrumentos de medición pública auspician una nueva dirección en los destinos del país. Chávez como Cronos, devora con pasos desesperados los frutos de la historia democrática, pero el tiempo, siempre ineludible, da alcance a pesar de la desmesura y los desafueros.
«Aquel a quien los dioses quieren destruir,
primero lo vuelven loco.»
Antigua sentencia.
Las dos tragedias: la provocada por las lluvias y la otra, la de tener un gobierno inescrupuloso en su afán de acumular a toda costa poder, parecen, poco a poco, tener fin. En su clara desesperación Chávez arremete contra la libertad, usando como excusa la emergencia nacional provocada por el fenómeno atmosférico. Nuevos instrumentos de ley serán promulgados, a fin de acorralar las libertades individuales: La reforma a la Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos (Resorte), así como la reforma a la Ley de Telecomunicaciones, tienen como objetivo impedir que la opinión pública se exprese ante los desmanes del poder. Cualquiera que sea el mecanismo que apliquen les será imposible.
La pretensión del Ejecutivo para normar el uso de Internet en Venezuela mediante ambos instrumentos jurídicos será acatada por los tristes diputados de la Asamblea. No puede ser de otro modo, en las redes sociales (espacios del debate público donde el protagonista es el ciudadano común), el gobierno es objeto de francas críticas ante su manifiesta incapacidad. Ingenuidad pura: el corazón del problema no está en el canal de expresión, sino en la propia denuncia. Apuntan al cómo y no al qué de la crítica necesaria. Callar a estos medios con fachadas legales, no impedirá que los ciudadanos continúen manifestando su disconformidad.
La historia de los socialismos reales, construidos bajo el paraguas del leninismo, ha mostrado en el tiempo sus dos fallas mortales: la rigidez extrema de la economía y la incapacidad de aceptar la disidencia política. No ha habido hasta la fecha socialismo que no haya satanizado la discrepancia. La intolerancia en los regímenes del socialismo revolucionario ha sido la regla. Trotsky pagó con el exilio y luego con la vida la intención de construir una nueva tendencia en el partido bolchevique. Chávez parece heredar, por conveniencia o ignorancia, los males que derrumbaron sin mayores quebrantos los sistemas políticos de la Europa del Este.
En esa línea histórica se inscriben estas dos leyes que buscan frenar las disidencias naturales e inevitables que se dan en cualquier sociedad. ¿Por qué mutilar los mecanismos que permiten ventilar en paz la disconformidad política? ¿Por puro Poder? Esa apariencia de fuerza, impronta de los socialismos del siglo pasado, es una muestra de gran vulnerabilidad. Esa actitud de constreñir los espacios, donde se dirime las diferencias sin poner en entredicho la convivencia del grupo humano, amenaza la propia estabilidad política. Ese socialismo policíaco, militarista, estatista y represor, no pudo en la historia evitar que se produjesen en el seno de esas estructuras societales las contradicciones, como ley de vida. Y más temprano que tarde se desplomaron como un accidente histórico.
Cronos y aquellos socialismos compartieron la misma suerte. De nada sirvió cuanto hicieron para detener el curso del destino. Chávez lee en la sociedad los signos de renovación y salta en vano hacia delante. Estas leyes son sólo eso: saltos al vacío, porque no podrán impedir las aspiraciones de cambio de la sociedad venezolana.
Franklin Piccone Sanabria.
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