Texto leido por Michaelle Ascencio para UN MUNDO SIN MORDAZA en la Librería Kalathos en el Coloquio Arte Sin Mordaza sobre La Libertad , el Arte y La Mordaza en la vida cotidiana.
Durante la época colonial, a los esclavos recién llegados de África se les ponía un bozal porque se pensaba que podían morder como los perros. Se les llamaba esclavos bozales. Esa fue la primera vez que yo me enteré de que a un ser humano se le podía impedir literalmente hablar. Después me fui enterando de que había maneras mucho más sutiles, aunque no menos perversas, para silenciar a los seres humanos.
Imponer silencio, callarse, ha sido en muchas culturas una manera de ejercer una disciplina sobre uno mismo.
En las órdenes religiosas, las horas de silencio forman parte de un estilo de vida de la comunidad: cesamos de hablar con los otros y con nosotros mismos para poder hablar con Dios. Es éste un comportamiento, el silencio, buscado y aceptado. Voluntario.
Hay, sin embargo, una forma de silenciar al semejante con el autoritarismo, autoritarismo que incluye la amenaza. Los niños y adolescentes que han crecido en un medio represivo viven este mandato de silencio cotidianamente. Todos sabemos que, a la larga, estos niños pueden tener dificultades para expresarse y dificultades también para relacionarse con los demás: nunca estarán seguros de ser aceptados. Las casas donde el silencio se impone son casas tristes y apagadas. La mudez se adueña de los cuerpos, el silencio obligado los moldea, los comprime, los anula, anulando el supremo bien de la humanidad que es el intercambio.
Que una sociedad viva cotidianamente bajo la amenaza de silencio significa que el poder se ha vuelto tiránico y nos trata a todos como niños. ¿Por qué un gobierno promulga una ley para convertir a sus ciudadanos en esclavos bozales? Lo primero que podemos decir es que debe haber un secreto que no se puede revelar: el gobierno no puede ser criticado ni confrontado, la injusticia debe permanecer oculta.
Toda cultura promueve, para sus propios fines, un equilibrio entre lo privado y lo público, entre lo oculto y lo revelado. En una sociedad, lo privado es la vida particular de cada ciudadano: su casa, su familia, su trabajo, sus relaciones sociales, sus sentimientos y sus anhelos… Lo público es lo que nos atañe a todos: las instituciones, las vías de comunicación, la información, el sistema financiero…. Todo lo que contribuye al bien común y, por ende, hace más cómoda y más segura la vida privada.
Cuando un gobierno decide que los asuntos públicos deben estar bajo silencio, hay que imponer leyes, hay que amordazar a los ciudadanos, porque lo público es lo que se debate y se discute… en público, lo que no es de nadie siendo de todos. Por una perversa distorsión en la que los medios de comunicación tienen responsabilidad, lo privado se ha vuelto público y viceversa: más interesan los amores y escándalos sexuales de los gobernantes que el manejo que hacen de los asuntos públicos. Nada mejor para un gobierno que no se maneja adecuadamente en los asuntos públicos que promulgar leyes que impidan el ejercicio de la palabra en los asuntos públicos para, entre otras cosas, esconder su incapacidad y sus metas.
El resultado del desequilibrio entre lo público y lo privado es una gran confusión y un deterioro tanto de la vida pública como de la vida privada. En la vida cotidiana esta situación se vive con una gran angustia e incertidumbre: no se sabe en realidad lo que hacen las instituciones, ni cuáles son las competencias de los individuos que están al frente de ellas; no se puede preguntar ni criticar, ni proponer, porque las respuestas a las demandas públicas se responden en estilo privado. (¿me estás acusando?, tú debes ser un agente de la Cia, yo te entiendo, yo también pasé por eso, te voy a resolver tu problema…), con lo cual los ciudadanos quedan burlados y desasistidos: se trata de resolver el bien común mediante una respuesta o una acción particular, con lo que el llamado bien común, se posterga o nunca se resuelve. Por lo general, se trata de hacer callar al ciudadano amenazándolo en su vida privada, El ciudadano entonces se censura porque hablar de lo público puede revertir en su vida privada causándole un mal mayor. Es una amenaza constante que consiste en convencer a los ciudadanos que si se meten en los asuntos públicos pueden salir mal parados en su vida privada. En la vida cotidiana esta situación produce desesperanza y frustración. No se sabe cómo, por qué medios plantear las demandas y el malestar.
Ahora bien, no sólo el ciudadano se calla, se aísla, no interviene más en los asuntos públicos, sino que la frustración genera agresividad: el ciudadano insulta a sus semejantes por cualquier nimiedad, protesta ante la cajera que no le dio el vuelto correcto, la cajera a su vez, le grita, le dice que se vaya a comprar a otra parte… y así crece la espiral. Para nadie es nuevo que nos hemos vuelto mucho más agresivos e intolerantes, y que tenemos incluso fama de mal educados fuera del país. Aquí ya es moneda corriente insultar, agredir, interpelar, retar, amenazar: los verbos de la hostilidad que conjugamos a diario por las frustraciones acumuladas.
La hostilidad, la agresividad, son respuestas al silencio impuesto sobre lo que debía hablarse y discutirse en público, sin sentirse por ello amenazado en la vida privada de cada quien. La otra respuesta, por hablar de las dos más conocidas, es la euforia desproporcionada que surge a la menor ocasión: pongo la música a todo volumen porque es mi derecho, hago fiestas con las que atento contra el bienestar de todo el edificio, remodelo diez veces la casa con mármoles y columnas griegas, me río escandalosamente para que todos se enteren de mi alegría, grito, no oigo razones, no tolero nada, estoy en mi derecho, me da la gana. Todo en exceso porque la frustración y la desesperación son difíciles de tapar. La hostilidad y la exageración como estilo de vida demuestran la ruptura del equilibrio entre lo público y lo privado. Desesperación y exageración son consecuencias del silenciamiento de la vida pública. Y el silencio sobre la esfera pública revienta literalmente en la esfera privada que se hincha, se enferma y aparece en esas dos formas de expresión que son la hostilidad y la exageración.
Michaelle Ascencio
Rolando Peña, Michaelle Ascencio y Luis Galdona |
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