| 0 comentarios ]

Erica Chenoweth*
La rebelión en Libia se destaca entre los recientes disturbios ocurridos en el Medio Oriente por su violencia generalizada: a diferencia de los manifestantes en Túnez o Egipto, los de Libia rápidamente renunciaron a perseguir el cambio por medios pacíficos y se convirtieron en una rebelión armada.
Y aunque los combates en Libia están lejos de haber terminado, no es demasiado pronto para plantear una pregunta fundamental: ¿cuál es más efectiva como una fuerza para el cambio: la resistencia violenta o pacífica? Por desgracia para los rebeldes libios, los estudios demuestran que la resistencia no violenta tiene muchas más probabilidades de producir resultados, mientras que la resistencia violenta corre un mayor riesgo de fracasar.
Veamos el caso de Filipinas. Aun cuando la insurgencia intentó derrocar a Ferdinand Marcos durante las décadas de 1970 y 1980, no lograron atraer amplio apoyo popular. Cuando el régimen finalmente cayó en 1986, fue a manos del movimiento Poder del Pueblo, una campaña no violenta por la democracia que contaba con más de dos millones de seguidores, incluidos trabajadores, jóvenes activistas y miembros del clero católico.

Biaggio Pilieri, Venezuela
De hecho, en un estudio conducido recientemente por María Esteban, quien se desempeña como planificadora estratégica del departamento de Estado, se compararon los resultados de cientos de insurgencias violentas con aquéllos de las campañas de resistencia pacífica más importantes entre 1900 y 2006; el estudio arrojó que más del 50% de los movimientos no violentos logró sus objetivos contra 25% de las insurrecciones violentas.

¿Por qué? Por un lado, la gente no tiene que renunciar a sus puestos de trabajo, abandonar sus familias o matar a nadie para participar en una campaña no violenta. Esto significa que estos movimientos tienden a atraer un mayor número de participantes, lo que les da mayor acceso a los miembros del régimen, incluidas las fuerzas de seguridad y las élites económicas, que a menudo simpatizan con o son incluso familiares de los manifestantes.

Es más, los regímenes opresivos necesitan la lealtad de las fuerzas armadas para llevar a cabo sus órdenes. La resistencia violenta tiende a reforzar esa lealtad, mientras que la resistencia civil la socava. Cuando las fuerzas de seguridad rechazan la orden de, por ejemplo, abrir fuego contra manifestantes pacíficos, los regímenes deben negociar con la oposición o abandonar el poder - precisamente lo que sucedió en Egipto.

Por eso fue que el presidente egipcio, Hosni Mubarak, se esforzó tanto en usar matones armados para tratar de provocar a los manifestantes egipcios a que recurrieran a la violencia y, de esa manera, pudo haber obtenido el apoyo de los militares.

Pero donde Mubarak fracasó, el coronel Muamar Gadafi triunfó: lo que comenzó como un movimiento pacífico se convirtió, tras varios días de brutal represión por parte de su cuerpo de milicianos extranjeros, en una fuerza rebelde armada, pero desorganizada. Una revolución que contaba con amplio apoyo popular se ha reducido a un pequeño grupo de rebeldes armados que tratan de derrocar a un dictador brutal. Estos rebeldes se encuentran en desventaja, y es poco probable que logren su objetivo sin la intervención extranjera directa.

Si los demás levantamientos a lo largo y ancho del Medio Oriente siguen siendo pacíficos, debemos ser optimistas sobre las perspectivas de la democracia en la región. Eso se debe a que, con pocas excepciones - en particular Irán – las revoluciones no violentas tienden a conducir a la democracia.


Si bien el cambio no es inmediato, nuestros datos muestran que de 1900 a 2006, entre 35% y 40% de los regímenes autoritarios que enfrentaron insurrecciones pacíficas de envergadura se habían convertido en democracias cinco años después de que la campaña terminara, aunque las campañas no provocaran un cambio de régimen inmediato. Para las campañas no violentas que tuvieron éxito, la cifra aumenta a más del 50%.

Los buenos no siempre ganan, pero sus posibilidades aumentan de modo considerable cuando juegan bien sus cartas. La resistencia pacífica trata de encontrar y explotar puntos de influencia en el propio seno de la sociedad. Toda dictadura tiene vulnerabilidades y toda sociedad es capaz de identificarlas.

* Erica Chenoweth es profesora de administración pública en la Universidad de Wesleyan y co-autora de ¿Por qué la resistencia civil funciona: la lógica estratégica del conflicto no violento.

Fuente:www.nytimes.com

0 comentarios

Publicar un comentario

 
Share