Hace cuatro años me tocó participar junto a Colette Capriles en la programación especial de Globovisión para cubrir el cierre de las transmisiones de RCTV. Sobre la emisión pesaba la carga emotiva y el desconcierto nacional ante lo que se consideraba una medida arbitraria y sobre todo retaliativa, del gobierno nacional; pesaba la aflicción y el desconcierto por el que atravesaban empleados y propietarios del otrora canal 2, pionero de la televisión venezolana.
Frente a las inquietudes e interrogantes de Leopoldo Castillo, conductor del programa, y de las preocupaciones de la audiencia, Capriles y yo fuimos exponiendo nuestras consideraciones y alcances sobre la radical sanción que, disfrazada de un mero trámite administrativo, se estaba aplicando contra RCTV. Finalmente el reloj marcó la medianoche y la pantalla de RCTV se volvió negra. Lagrimas de los allí presentes se sumaron a las de quienes en las propias instalaciones del canal de Bárcenas seguían atónitos las incidencias de un proceso como quien camina impotente al cadalso: una arbitraria e ilegal decisión ponía a fin a más de cinco décadas de una oferta televisiva que gozaba de la mayor audiencia nacional. Sin embargo, mi referencia del cierre de RCTV, a pesar de lo dramático y emotivo del “black out”, no es la noche del 27 de mayo sino un emblemático acto ocurrido unos meses antes: el 28 de diciembre de 2006.
Día de los inocentes, en el cual los venezolanos suelen jugarse burlas y los titulares de los periódicos sorprenden a sus lectores con insólitas noticias que luego sus páginas interiores desmienten como bromas de la redacción, ese día el humor del jefe del Estado no era de chistes. En el acto de salutación tradicional del Ejecutivo a la Fuerza Armada Nacional, el teniente coronel Chávez anunció la revocatoria de la concesión a RCTV. En su ya habitual talante pendenciero y ataviado de militar el Jefe del Estado interpeló directamente a los propietarios y directivos del canal de televisión: “Es mejor que vayan preparando sus maletas. No habrá nueva concesión para ese canal golpista que se llama Radio Caracas Televisión. Ya está redactada la medida, así que vayan apagando sus equipos”.
Ninguna de las distintas, precarias e inconsistentes justificaciones que pretendieron darse después por intermedio de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL) del Ministerio de Información y Comunicación, de la Asamblea Nacional, por los voceros más engolados del gobierno, sobre la caducidad de la licencia, sobre potestades administrativas del gobierno, sobre la democratización de las comunicaciones e incluso sobre las garantías constitucionales sobre el servicio público, pueden contra la contundente evidencia de esta declaración (noticia criminis) presidencial: “ya está redactada la medida, así que vayan apagando sus equipos”.
Transcurridos cuatro años, el fondo de lo que planteamos esa noche se mantiene vigente: faltas al debido proceso, robo de sus equipos, hostigamiento, ensañamiento judicial y atropello en su posterior salida como canal de suscripción y en la modalidad de canal internacional ratifican la convicción de que el cierre de RCTV fue una decisión política por la línea editorial e informativa del canal, no complaciente con los designios autocráticos y militaristas del presidente de la república.
Cuatro años después del cierre de RCTV los venezolanos no contamos con un servicio público de radio televisión, no se han democratizado las comunicaciones en Venezuela, se ha degradado la oferta comunicacional pública meramente convertida en propaganda gubernamental al servicio exclusivo del culto a la personalidad al Jefe del Estado. Cuatro años después el cierre de RCTV el gobierno se obstina en una perversa hegemonía comunicacional que conspira contra una verdadera democratización de las comunicaciones y atenta contra la libertad de expresión y el derecho a la información de los venezolanos.
Cuatro años después el cierre de RCTV sigue siendo una herida abierta en el corazón de los venezolanos. Sin medios de comunicación libres e independientes no hay democracia. Pero el 210 está cerca.
Por Óscar Lucien
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