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La venerable anciana va arrastrando sus pies. Sus arrugas, como surcos infinitos de promesas incumplidas, tasajean su rostro. Sus manos delatan su condición inquebrantable de no dar ni pedir tregua, a quien la vida no le ha regalado nada, y lo poco que tiene se lo ha arrancado a la tierra en dura lucha por la sobrevivencia.


Su traje colorido en mejores tiempos no desentona con la agilidad, tanto física como mental, que exhibe a pesar de sus 81 años. Erguida, con la autoridad y la prestancia que le dan años de combate con la fiera realidad, entra en la sede del Instituto Nacional de Servicios Sociales (Inass), una entelequia adscrita al MinPoPoCoProSo (Ministerio del Poder Popular para las Comunas y Protección Social), ubicada en la entrada de Ciudad Bolívar, a pocos metros del distribuidor de Marhuanta.

Estoicamente espera su turno, detrás de unas tres decenas de humildes seres de la tercera edad que, día a día, mes a mes, año tras año, acuden a ese centro burocrático que funciona (¿?) dentro de un geriátrico (cuyo nombre no me viene a la memoria) con la ilusión de sacarse el Kino revolucionario: 200,00 bolívares fuertes mensuales.

Ese es el canon que el gobierno humanista calcula a cincuenta o más años de trabajo de estos ancianos. Unos, destripando el campo para sembrar bajo un sol achicharrante y un calor siderúrgico. Otras, se iniciaron lavando en el río y planchando en carbón y aún siguen en la brega.

Todos(as), absolutamente todos(as), como en cruel letanía maquiavélica y sin fin reciben la misma respuesta por parte de una funcionaria uniformada de rojo: “Sr. o Sra. Fulanito(a) le informo que usted exitosamente está registrada en nuestro sistema pero aún no le ha llegado nada”. Ese “no le ha llegado nada” se traduce en la aprobación, por parte del ente central del Inass, de la fabulosa suma antes mencionada y que, bajo ningún concepto, debe arrebatársele a nicaragüenses, bolivianos y mucho menos a los cubanos.

En el ínterin, la funcionaria de franelita roja se atreve a repartir entre los presentes un pasquín de cuatro páginas titulado La voz de los abuelos, elaborado (¿?) en Caracas por el Departamento de Prensa del Inass. Allí nos topamos con cataratas de loas a revolución, que van desde la “lucha por la independencia continúa” hasta los remedos de versos más laudatorios-jalabolistas que intento de poema alguno pueda ser suscrito, en este caso por un tal Regino Jiménez, quien sin ningún desparpajo se autocalifica de actor y poeta. Vaya poetazo, pero en panfleto ni una mención de cuándo y ni cómo le pagarán a estos viejitos.

Al llamar por su nombre a la anciana de la narración, se rompe el estribillo fúnebre con que despiden a cada abuelito, muchos de ellos venidos tierra adentro del estado Bolívar, sin nada en el estómago y sólo con el pasaje de regreso en el bolsillo. “Señora pase”. Los bondadosos ojos de la matrona se iluminan con el relámpago de la ilusión.

Luego de un rato entre las inescrutables y decadentes oficinas del Inass en la ciudad capital, sale viejita. Sus contemporáneos que esperan afuera ansiosos, al verla salir, al unísono la interrogan: “Te llegó, te llegó… cuándo empiezas a cobrar”, con el temblor con que salen las palabras cuando se está a punto de romper un maleficio.

“No mija”, responde la señora. “Lo que hicieron fue cambiarme el papelito con mis datos, que estaban anotados en un pedazo de papel por este cartón amarillo”. Todos se quedaron perplejos al ver el salto cualitativo que acaba de dar el socialismo del siglo XXI. La verdad que el susodicho cartoncito color chillón está bien elaborado para asentar allí los datos de los ancianos, que como el caso que nos ocupa tiene ocho años yendo y viniendo para ver si algún chulo del ALBA le da el chance de cobrar su pensioncita.

Mientras, un murmullo de voces se alzó sobre las derruidas paredes del geriátrico: “La voz de los abuelos es esta que está aquí, no jinche. Hasta cuándo esta mamadera de gallo. Pura muela y muela y nada de nada. Y entonces, cómo es la cosa, ya basta de tanto engaño”, era el reclamo de los ancianos, quienes tienen entre tres y diez años mendigando un derecho bien ganado con el sudor de su frente.

La anciana de marras antes de marcharse lanzó lo que quizás sean proféticas palabras: “El chequecito me lo envían a la tumba pero antes me inscribiré en la Misión Vivienda, haber si me lanzan por lo menos un ladrillo para el nicho”. Este es un capítulo arrancado de la misma vida real (Radio Rumbos, deixis) presenciado con estos ojos que juro no se ha de comer esta revolución majunche, como para Vivir Muriendo.

Por Luis M. Navarro

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